lunes, 6 de agosto de 2012

Supongamos la muerte




Supongamos que me estoy muriendo. Por algunos minutos, supongamos que tengo una enfermedad adentro mío y que los médicos, luego de muchos exámenes, no logran ver. Supongamos que el mundo para mí se está acabando. Se acaba y pronto. Entonces ahí me viene la impotencia. La impotencia de no poder haber hecho todo lo que quería hacer en esta vida. Supongamos que no hay vuelta atrás. Me quedan horas o quizás sólo minutos de vida. Ya no puedo hacer nada más que esperar que llegué el momento. Nunca pensé que sería así. Creí que moriría feliz, habiendo hecho cada una de las cosas que deseaba. Siempre pensé morir feliz, habiendo dicho todo lo que tenia para decir. ¿Qué cosas me faltan por hacer, por decir, por probar? Miles. Supongo que cualquier moribundo piensa lo mismo, ¿o no? Nunca antes había supuesto algo así. Para mí esto es nuevo. Me consuela pensar que por lo menos voy a morir pensando algo nunca antes pensado por mí. Y así me iría supuestamente de este mundo. Sin amigarme con mis fallas. Sin aguantar algunos golpes. Habiendo roto solo algunos eslabones de la cadena. Pero quedando miles por ser rotos. Esta supuesta muerte me agarra en medio de un invento de mi cabeza. Quizás nunca exististe y todo fue un invento de mi cabeza atrofiada y mi corazón desentendido. Me muero así, odiando ser victima. Nunca aprendí a serlo y tampoco quise. Siempre me culpe por los males propios y también por los ajenos. Siempre me gustó pensar que fui victimaria de cada una de las cosas malas que viví. Hay momentos en donde uno sabe que eso que espera nunca va a pasar y sin embargo ahí se mantiene firme, esperando que suceda. Pero supongamos que hoy todo termina. Me quedo con muchas ganas de muchas cosas. De abrazar más a los que quiero. De tocar más lo que me gusta. De terminar mi segundo cuento. De putear a algunos. Me quedo con las ganas de matar algunos miedos. Me quedo con ganas de llegar al fondo algunos sentimientos. Me quedo con ganas de amores, de cine, noches, de teatro, de besos, de amigos, de escritos, de familia.
Supongamos que se me acaba el tiempo. Mi aquí y ahora acá termina en este instante en que escribo esto. Supongamos que la muerte me gana y me quedo con ganas de más. Me quedo con estás ganas inmensas de ganarle a la muerte y comerme yo a esta vida mía.

sábado, 4 de agosto de 2012

Teatro




Cerrá los ojos. No pienses. Respirá. Movete. Nadie te ve. Sentí. Bailá. Hacé algo original que nunca antes hayas hecho. Escuchá a tu cuerpo. Hablá. Decí lo que quieras. No lo pienses. Dejá que las palabras salgan solas. Seguí moviéndote con esa nueva forma. Se protagonista de este momento. Grita. Callá. Cantá. Mirá por primera vez. Deja que las cosas vengan hacia tus ojos, y no al revés. Sentí. Llorá. No pienses. Mirá para adentro. Fijate como estás ahora. Como está tu cuerpo. Reite a carcajadas. Desmayate. Volvé a despertar. Se consciente. Fijate donde tenes guardado el miedo. Sacalo afuera. Fijate donde tenes el amor. Hacelo forma. Fijate donde están las angustias. En que parte del cuerpo guardás las angustias. Sacalas afuera. Dirigí tu vida. No pienses más. Destruí cada uno de los pensamientos que se te vienen a la cabeza, como si fueran burbujas que las tocas y desaparecen. Conectate con el otro. Miralo por primera vez. No esperes nada del otro. Movete y hablá sin expectativas. Todo es nuevo. Viví.

miércoles, 1 de agosto de 2012

La caja


Está oscuro. No puedo ver nada. Hace meses que estoy acá dentro y la vista no se me acostumbró a tanto negro. Mis pupilas están enormes, las siento grandes como otras veces. Pero esta vez no es por un efecto químico. Esta vez es real. –¿Hay alguien ahí afuera?-pregunto pero nadie responde. Escucho murmullos, pero a mí no se me escucha o no están preparados para responder aun. Quiero salir. Pero estoy convencida que no voy a salir hasta que todo pase. - ¿Ya pasó lo peor?- me pregunto a mí misma. Quiero hacer crecer la pregunta para que mis labios la pronuncien en voz alta y alguien me responda dándome el coraje para salir o la cobardía para seguir acá adentro. Sigo encerrada, sola en la oscuridad. -¿Ya pasó lo peor? ¿Puedo salir?- digo en voz baja. Nadie lo escucha. Siguen los murmullos, cada vez más fuertes. No logro entender de qué hablan. No puedo formar una sola frase con las palabras sueltas que escucho. Toco las paredes de cartón. Es tan fácil salir de acá. Pero no quiero. No quiero encontrarme de nuevo con lo mismo. Si lo peor está por venir, mejor me quedo acá encerrada y quizás pueda amortiguar un poco más el golpe con esta coraza débil que me armé hace un tiempo. Queda poco oxígeno acá adentro. Siento el vapor de mi respiración. Si la caja fuera de cristal estaría toda empañada, chorreando mis respiraciones pasadas. Ahora que lo pienso si la caja fuera de cristal ya estaría muerta. Pero mi cubículo es de cartón. Un cartón oscuro que no deja pasar un rayo de luz. -Estoy lista para salir- pienso y me muero de miedo. Sigo tocando mi caja inerte, llena de mí. Comienzo a buscar los pliegues, para ver si puedo abrir una ventana, un puente con el exterior. Quizás algo de allá que me haga volver. Encuentro un borde y empiezo a escarbar con los dedos. A esta altura ya no tengo uñas. Comerme las uñas en estos meses fue una de las cosas que me hizo pasar el tiempo. Morderlas una a una. Arrancándolas de a poco. Y guardándolas todas en una esquina elegida al azar. “El rincón de mi yo anterior”. Así llamé al lugar donde se fueron acumulando esos restos de mí misma que exilié de mi cuerpo. Sigo intentando rasgar la esquina de la caja. De repente entra un rayo de luz mínimo. Imperceptible para cualquier mortal. Pero para mí en ese momento es el más enorme de los amaneceres. Intento mirar por la rendija ahora viva pero no logro ver nada. Meto mis dedos de nuevo intentando agrandar la rendija, convertirla en mi única ventana al mundo. Empiezo a ver sombras. Sombras de personas que pasan caminando. Sombras de seres extraños que no paran de hablar diciendo cosas inentendibles. –¿Es que ya no entiendo sus idiomas?- Quizás haya pasado aquí encerrada mucho más tiempo del que creo y ahora ya no entienda la forma de hablar, quizás no reconozca sus caras, sus sombras. La oscuridad absoluta es benévola a veces. Tendré que aprender todo de nuevo. A pesar de las pocas ganas que tengo sigo abriendo el agujero hasta poder sacar mi mano entera por él. Hago salir mi mano por este agujero nuevo. El clima es muy distinto al del interior de la caja. No hay tanta humedad. Hay una brisa que siento en mi mano. Siento la luz penetrar mi mano. El calor que esa luz le impregna. Saco la mano dejándole lugar a mis ojos. Mis ojos se cierran al sentir la luz que lastima mis pupilas enormes. Se encojen en un segundo causándome un dolor inmenso. Abro los ojos de a poco y vuelvo a preguntar ahora sí en una voz firme y fuerte -¿Ya pasó lo peor? ¿Puedo salir?-.