miércoles, 28 de marzo de 2012

La recompensa

Hace unos días atrás alguien me preguntó ¿Cuál es la recompensa de ser así como somos? Primero tuve que parar a pensar como somos. Luego pensé si él y yo éramos iguales. Me pregunté a que se refería con su pregunta. Logré entenderlo pero sin estar del todo segura si ambos éramos ese “somos” que él decía que éramos. ¿Cuál es la recompensa de haber elegido en algún momento de nuestras vidas optar por la pastilla roja? Algunas respuestas se me vinieron a la cabeza para decirle a ese hombre en busca de recompensas. Algunas se las dije, otras las guardé para mi o para más adelante. La recompensa de estar despiertos en esta vida, es poder vivirla plenamente. Meternos de lleno en los dolores. Cosa que es bastante frustrante por momentos. Pero también nos metemos de lleno en las cosas buenas. Las felicidades son efímeras, como para todo el mundo. Pero sin duda son profundas felicidades que se logran con sentimientos cien por ciento verdaderos, tangibles. Mis felicidades tienen olores, sabores, colores. O así las recuerdo a la distancia. La recompensa de despertarse, preguntarse, no quedarse quietos, evolucionar es sin duda el sentir. "La recompensa es el sentir" le dije, o quizás lo oculté. Pero él me entendió.

lunes, 19 de marzo de 2012

La mosca

Parece un día cualquiera. Todo es rutinario como cualquier otro día. Podría ser lunes, martes, miércoles o jueves. Viernes no, porque los viernes los problemas y las felicidades se ven y se sienten distintas. Podría ser cualquier día, pero es lunes. Quizás uno de los peores días para mucha gente, no para mí hasta hace un par de semanas. Ese lunes cualquiera, o no tanto, arranco un poco más dormida que lo habitual. ¿Quién me manda a salir un domingo a filosofar con brebajes mediante? Nadie. Sola me mando a vivir esas cuestiones cada vez más seguido. Entonces el lunes paga los platos rotos. Somnolencia, humor al borde del abismo, estomago revoltosa, paciencia cero. Pero sin embargo, sobrevivo hasta que aparece ella: la mosca. La veo venir como quien no quiere la cosa. Revolotea a lo lejos. La espanto varias veces, la soplo, le grito, la alejo. Pero ella desaparece unos minutos y al rato vuelvo a sentir su presencia. No hay mosca que no sea insoportable, pero esta además es dañina. Mi humor al límite cambia abruptamente cuando la mosca se reposa un instante en mi sien. Me pego una pequeña bofetada para intentar matarla y no morir yo en aquel intento. Ella es rápida, ágil, oscura y se escapa. Luego de intentarlo varias veces, mi día cualquiera se convierte en un día detestable y olvidable. Mi humor al límite del abismo salta sin red hacía los lugares donde no quiero ir. Todo se oscurece de golpe, sin dejarme gobernar nada. Los pocos pensamientos positivos de este lunes se ven subyugados por esta mosca y sus efectos. Solo me queda vivir lo que resta del día. Sin apostar mucho, cruzándome con la menor cantidad de gente posible, intentando no lastimar a nadie en mi camino. Yo ya estoy rendida ante esa mosca y sus efectos. Sólo me queda esperar hasta que se le ocurra irse a jugar con otra cabeza. Mientras, yo respiro y pienso en eso que sólo los días como hoy puedo pensar.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Un día en la vida de ella

Ella se prepara a la mañana. Desayuna mientras, se viste, mientras se maquilla, mientras mira la temperatura en la televisión, mientras planea su día. Está esperanzada, quizás hoy vaya a conocerlo. Sale de su casa, recoge el diario y lo guarda en su mochila. Camina contenta, mirando la vida, mirando a la gente a los ojos. Como buscando que los demás se den cuenta de la ilusión que lleva escondida en sus ojos. Se pregunta cuantas veces antes pasó por un momento así. Un momento donde las emociones se mezclan y ella se ilusiona con alguien nuevo. Muchas veces lo ha vivido, se contesta entre orgullosa y frustrada. Viaja hasta su trabajo. El día se pasa volando. El teléfono se convierte en su principal objeto de deseo. No puede dejar de mirarlo, de ver si le habla, si le suena, si a él se le ocurre marcar los 10 numeros que la llevarían hasta ella. Cuando un teléfono se convierte en un objeto insoportable, imposible de dejar de mirar significa que algo está jodido en nuestras vidas, piensa ella. Ella está jodida. Jodida y esplendida. El buen humor siempre le cayó muy bien. Termina sus labores diarias. Regresa a su casa esperando que sea la hora en que habían acordado. La panza le late y no es el hambre. Sus manos se retuercen, los dedos se abrazan, se rozan, se reconocen una y mil veces. Ella viaja de regreso a su casa. Durante todo el viaje piensa, sueña, sonríe, y espera. Pero nada sucede. El parece no existir. No llama, no envía señales. Sin embargo, la esperanza sigue en pie. Está por bajarse del subte cuando suena su teléfono. Ella atiende sin mirar el número entrante. Cierra los ojos como quien lo hace para pedir un deseo. Es él del otro lado. Se dicen "Hola" varias veces. Se cuentan sus cotidianeidades. Ella tiembla mientras camina. De golpe y no se porque fuerza el comienza a unir palabras de una manera dolorosa. Palabras que si estarían en otro orden no significarían nada grave. Pero a ella le duelen. Ella comienza a hablar más pausado. Su voz deja de ser alegre. Ya casi no tiene ganas de seguir hablando. Ya no sabe que decir ante semejante texto punzante. Ella camina y el sigue hablando, como queriendo dar explicaciones, como sintiéndose culpable por lo que siente. Ella se da cuenta como cada una de esas palabras le hace un corte en el corazón. Como si un cuchillo hubiera sido clavado cuando el comenzó a hablar y fuera moviendo el cuchillo para abajo, para arriba, para los costados. Ella imagina el ruido que hace su corazón en ese momento. Ruido a desgarro. Se despiden. Ella tiene las piernas pesadas. Deja caer el teléfono en la mochila. Sigue caminando hasta su casa. Cada paso es heroico. Ella tiene la mirada perdida, el corazón desgarrado y la frustración en su mirada.