lunes, 6 de agosto de 2012
Supongamos la muerte
sábado, 4 de agosto de 2012
Teatro
miércoles, 1 de agosto de 2012
La caja
Está oscuro. No puedo ver nada. Hace meses que estoy acá dentro y la vista no se me acostumbró a tanto negro. Mis pupilas están enormes, las siento grandes como otras veces. Pero esta vez no es por un efecto químico. Esta vez es real. –¿Hay alguien ahí afuera?-pregunto pero nadie responde. Escucho murmullos, pero a mí no se me escucha o no están preparados para responder aun. Quiero salir. Pero estoy convencida que no voy a salir hasta que todo pase. - ¿Ya pasó lo peor?- me pregunto a mí misma. Quiero hacer crecer la pregunta para que mis labios la pronuncien en voz alta y alguien me responda dándome el coraje para salir o la cobardía para seguir acá adentro. Sigo encerrada, sola en la oscuridad. -¿Ya pasó lo peor? ¿Puedo salir?- digo en voz baja. Nadie lo escucha. Siguen los murmullos, cada vez más fuertes. No logro entender de qué hablan. No puedo formar una sola frase con las palabras sueltas que escucho. Toco las paredes de cartón. Es tan fácil salir de acá. Pero no quiero. No quiero encontrarme de nuevo con lo mismo. Si lo peor está por venir, mejor me quedo acá encerrada y quizás pueda amortiguar un poco más el golpe con esta coraza débil que me armé hace un tiempo. Queda poco oxígeno acá adentro. Siento el vapor de mi respiración. Si la caja fuera de cristal estaría toda empañada, chorreando mis respiraciones pasadas. Ahora que lo pienso si la caja fuera de cristal ya estaría muerta. Pero mi cubículo es de cartón. Un cartón oscuro que no deja pasar un rayo de luz. -Estoy lista para salir- pienso y me muero de miedo. Sigo tocando mi caja inerte, llena de mí. Comienzo a buscar los pliegues, para ver si puedo abrir una ventana, un puente con el exterior. Quizás algo de allá que me haga volver. Encuentro un borde y empiezo a escarbar con los dedos. A esta altura ya no tengo uñas. Comerme las uñas en estos meses fue una de las cosas que me hizo pasar el tiempo. Morderlas una a una. Arrancándolas de a poco. Y guardándolas todas en una esquina elegida al azar. “El rincón de mi yo anterior”. Así llamé al lugar donde se fueron acumulando esos restos de mí misma que exilié de mi cuerpo. Sigo intentando rasgar la esquina de la caja. De repente entra un rayo de luz mínimo. Imperceptible para cualquier mortal. Pero para mí en ese momento es el más enorme de los amaneceres. Intento mirar por la rendija ahora viva pero no logro ver nada. Meto mis dedos de nuevo intentando agrandar la rendija, convertirla en mi única ventana al mundo. Empiezo a ver sombras. Sombras de personas que pasan caminando. Sombras de seres extraños que no paran de hablar diciendo cosas inentendibles. –¿Es que ya no entiendo sus idiomas?- Quizás haya pasado aquí encerrada mucho más tiempo del que creo y ahora ya no entienda la forma de hablar, quizás no reconozca sus caras, sus sombras. La oscuridad absoluta es benévola a veces. Tendré que aprender todo de nuevo. A pesar de las pocas ganas que tengo sigo abriendo el agujero hasta poder sacar mi mano entera por él. Hago salir mi mano por este agujero nuevo. El clima es muy distinto al del interior de la caja. No hay tanta humedad. Hay una brisa que siento en mi mano. Siento la luz penetrar mi mano. El calor que esa luz le impregna. Saco la mano dejándole lugar a mis ojos. Mis ojos se cierran al sentir la luz que lastima mis pupilas enormes. Se encojen en un segundo causándome un dolor inmenso. Abro los ojos de a poco y vuelvo a preguntar ahora sí en una voz firme y fuerte -¿Ya pasó lo peor? ¿Puedo salir?-.