Llega un momento en la vida en que algunas de las personas
que andamos dando vueltas por ahí tenemos una revelación. Ya hemos dejado de
ser personas hace tiempo y nos hemos convertido en una gran cicatriz.
Los años fueron pasando, los dolores, los errores y los
fracasos se fueron acumulando en nuestro cuerpo. Fueron quedando marcas
dispersas hasta que fueron tantas que un día nos convertirnos en una gran
cicatriz.
Todos nos preguntamos lo mismo: ¿Algún día volveremos a ser
personas? ¿Pueden desaparecer las cicatrices? ¿Volveremos a tener sensibilidad?
Todos sabemos que las heridas duelen, arden, queman. Sabemos
que con el tiempo toda herida empieza a secarse, cerrarse, pero ¿nunca se cura
del todo? Siempre queda esa marca como recordatorio de aquel dolor de
antaño. Será que queda ahí para que no
volvamos a equivocarnos. Son los rastros que deja el aprendizaje. Pero ¿qué
aprendimos?
Valientes son aquellos seres humanos que intentan acercarse
a nosotros a pesar de todo. Nos miran,
se acercan y nos abrazan. Sin esperar nada a cambio de está gran cicatriz en la
que nos hemos convertido. Sin esperar
que les devolvamos algo por esas caricias que ya no sentimos.
Y así estamos aquellos que dejamos de ser personas.
Intentando seguir moviéndonos como si fuéramos los normales que ya no somos.
Las heridas secas nos han quitado gran parte de nuestra movilidad natural. Pero
sin embargo, lo seguimos intentando, miramos al frente y avanzamos.