Te amo. Te como. Te miro. Te huelo. Me mata. Te escucho. Te
peleo. Me duele. Te extraño. Te escribo.
Me abro. Te deseo. Te respiro. Te toco. Te siento. Me encanta. Me río. Te divierte. Te hablo. Me
encierro. Me ofusco. Te odio. Te entiendo. Te mimo. Te bebo. Te pienso. Te
idealizo. Me frustro. Me despierto. Te entiendo. Te espero. Me alejo. Te amo.
miércoles, 27 de marzo de 2013
lunes, 18 de marzo de 2013
Desintoxicación
Es una muy buena etapa. No paro de llorar. No paro de estar
aflorada. Enamorada y contenta por dicho estado. Pero también estoy muy
despierta. Estar despierta me significa conectarme con lo bueno y lo malo que
tengo adentro. Desilusiones que quedaron impregnadas en mi como garrapatas.
Dolores de otros de los cuales me hice cargo por inexperta o quizás sólo por el
simple hecho de ser humana. Tengo tantas cosas superadas y tantas miles de otras por
superar.
¿Por qué nos cuesta tanto desintoxicarnos? Quitarnos de
adentro todo eso que quisieron hacer (sin quererlo) con nosotros. Todas esas
frustraciones, deseos no cumplidos de otros que quedan adentro nuestro como
propios. Nos confunden, nos marean, nos ponen inseguros, nos alejan del mundo
exterior muchas veces. ¿Cómo hacer para salir de ahí sanamente? Sin lastimar a
los que queremos, sin enojarnos con el mundo, sin enojarnos con la vida que nos
dio esto para vivir.
Así estoy en estos días, despierta, radiante, y enojada con
muchas cosas del pasado. Haciendo consciente miedos ajenos, aceptando los míos
propios y soltándolos. Dejándolos ir como puedo. Intentando construir algo mío,
algo nuestro de una manera nueva. De una manera más real. Más compleja y menos
anestesiada.
miércoles, 13 de marzo de 2013
Cambio de piel
Soy como una serpiente que cambia la piel. Víbora, me dirán mis enemigos a quienes no conozco. Desde que tengo uso de razón voy siendo varias Julianas. La vida me va llevando por algunos caminos, y otros soy yo la que los elije. Y entre caminando y viviendo voy cambiando de piel.
Al principio era una adolescente despreocupada y feliz. Sólo
me importaba pasarla bien con mis amigas. Todavía no sabía lo que era la
amistad entre el hombre y la mujer. Me la pasaba en esa piel de despedida de niña,
donde todo eran risas y divertimento.
Después me alejé un poco de mis amigas de toda la vida.
Conocí otra gente, otras cabezas sobre todo. Ahí me puse la piel de la chica
profunda y dejada físicamente. Todo eran charlas profundas, autodescubrimiento,
descubrimiento de los grandes dolores de los seres humanos. Ahí dejé de creer
en el amor para toda la vida. Empecé a creer en otras cosas. En la amistad, en
estar despierto, en la duda, en replantearme todos mis actos automáticos. Ahí
la pasé mal y bien. Esa piel era mucho más fina, más sensible. Las charlas de
esas épocas eran reveladoras. Los maestros son inolvidables. La filosofía de
vida que aprendí en esa etapa me acompaña hasta el día de hoy. Hubo diversión
con esa piel, pero no era cien por ciento relajada, porque yo todavía estaba
buscando cuál era mi verdadera piel.
Pasaron esos años de teatro, noches bohemias, charlas sobre
cómo cambiar el mundo, cómo cambiar todo lo que habían hecho con nosotros.
Luego llegué a la piel trasparente, vacía. Estaba cubierta
de algo que nunca supe bien qué era. Era la previa de algo importante, pero en
ese momento no lo sabía. En esa etapa cambié mucho. Mucho. Dejé un trabajo
exitoso casi sin pensarlo. No me arrepiento, pero hoy, con otra piel, lo
hubiera hecho de manera distinta. Sufrí, me sentí sola en mi salto al vacío. A
los golpes tuve que protegerme, cambiar. Mi piel se puso más agradable para
algunos. Me amigué con quien era yo por fuera y salí a la vida a mostrarme
frívolamente. Me sirvió creo que tres días. Después empecé a sentir que yo no
era esa. Nunca me sentí tan afuera de mi misma como en esa etapa. Era una
pantomima de Juliana. Una juliana que me salía muy bien pero que yo sabía que
no quería ser. Era la empresaria, la ambiciosa de crecimiento, la que buscaba
profesores empresariales más que amor.
Esa piel me duró poco, por suerte; aunque hoy no sería quien
soy si no hubiera pasado por ese lugar. En ese momento me volví más terrenal,
más concreta, desarrollé por primera vez mi sentido común al cien por ciento.
Causa-efecto. Causa-efecto. Causa-efecto. Abandoné mi profundidad a cambio de la
tierra concreta. Y un día esa tierra se convirtió en barro. Me miré al espejo y
me vi preciosa, pero llena de barro, sucia y, sobre todo, con una piel que no
me pertenecía. Me la arranqué como pude.
A mis anteriores
pieles las había cambiado progresiva y naturalmente, casi sin pensarlo
ni decidirlo y evolucionando de a poco. Esta piel de la que hablo tuve que
arrancármela dejando sangrantes varias partes de mi ser. Quedé en carne viva
por unos meses, sin poder salir a la calle por miedo a todo y a todos. Ahí,
como pude, me puse una piel protectora, dura, seca y a prueba de dolores. Hoy sigo
sin poder sacarme del todo esa cáscara que armé.
Hace un año quedé por primera vez desnuda ante la vida.
Maravilloso, pensaría yo si hablara otro. Desnuda ante el mundo con una mierda
ante mis ojos del tamaño de todo el universo (así lo sentí en ese momento).
Lo irreversible, la enfermedad, la inocencia interrumpida,
el dolor físico ajeno, la impotencia, la soledad. Desnuda y lúcida, viví esa
etapa como pude. Aprendiendo de los otros, cambiando mis prioridades, despreocupándome
por todas las miles de cosas que habían gastado horas de mi vida en vano.
Aprendiendo a vivir con algo nuevo. Esa etapa pasó, o me acostumbré a ella. Siempre
leía una frase sin sentirla: “uno se
acostumbra a las cosas más terribles de la vida”. Nunca la entendí hasta
ese momento. Uno se acostumbra. Uno aprende a vivir una vida nueva. Uno empieza
de nuevo, con toda la experiencia a cuestas, y con esa “cosita” nueva en su
vida.
Y ahí seguí, viviendo desnuda, hasta que pude. Me tuve que
armar de nuevo. Inventarme una piel. O ponerme la mía personal que tenía
guardada en el placard desde vaya a saber cuándo. Pero un día la encontré, y por
primera vez en mi vida, me comencé a rearmar, una vez más pero esta vez
pensando poco y nada en los otros. Yo era ésta y ésta era mi piel. Eso generó -y
sigue generando- problemas con los otros. Los seres queridos y los no tanto.
Ser un poco espontanea, un poco controlada, un poco sana, un
poco insana, un poco comunicadora, otro poco introspectiva, un poco linda y un
poco fea, un poco segura y un poco insegura; eso no le gusta a nadie. La gente,
los otros que nos rodean, quieren casi siempre cosas más simples, más lineales
y normales, más decodificables fácilmente. Pero esa no soy yo, esa no es mi
piel. Algunos, poquitos en este mundo, lo saben, me aceptan y me quieren así.
Algunos otros me están conociendo y se asustan. Yo también me asusto de las
oscuridades y paradojas de los otros. Pero ahí andamos. Cada uno con su piel,
impuesta, puesta, cambiada, evolucionada o no. Pero todos estamos en este mismo
juego, el juego de vivir.
lunes, 11 de marzo de 2013
¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?
El otro día alguien hizo esa pregunta. Al principio me
pareció una pregunta más de esas que están de moda en estos días, intentando
despertar lo indespertable. Después empecé a pensar un poco y caí en la cuenta
que hacía mucho que no hacía algo nuevo. Me gustan los cambios, me gustan las
cosas nuevas, me gusta probar, me gusta volver a elegir lo que elijo, me gusta
dudar de lo que elijo y sin embargo, esa pregunta me llevó a una respuesta que
tiene quizás varios meses o años.
Empecé a pensar en lo maravilloso de los niños. Que nacen y
desde el día uno, comienzan a hacer todas cosas nuevas. Todo por primera vez.
Son cientos de cosas que hacen todos los días por primera vez: respirar por sus
propios medios, llorar, mirar, tocar, alimentarse, hacer pis, hacer caca. Les
duele algo por primera vez en su vida, sufren por primera vez, disfrutan por
primera vez de algo. Sienten una caricia, un beso por primera vez en su vida. Tienen
insomnio por primera vez. Duermen placenteramente por primera vez. Los bebes
son grandes afortunados.
Todos fuimos un bebes llenos de cosas nuevas todos los días por vivir. Pero ahora somos unos semejantes grandulones y nos olvidamos muchas veces de que se siente hacer algo por primera vez.
Todos fuimos un bebes llenos de cosas nuevas todos los días por vivir. Pero ahora somos unos semejantes grandulones y nos olvidamos muchas veces de que se siente hacer algo por primera vez.
Pienso y re pienso que fue lo último que hice por primera
vez. Se me vienen a la mente cosas frívolas que hice este ultimo año por vez primera. Hurgo un poco y se me vienen cosas terribles y dolorosas que viví
por primera vez este último tiempo. Cuando a uno le hacen la pregunta ¿Cuándo
fue la última vez que hiciste algo por primera vez? Se vienen a la cabeza cosas
positivas ¿o no? Quizás sea porque yo estoy viviendo una etapa “positiva” de mi
vida. Pero ahora escribiendo esto pienso que quizás haciendo esa pregunta,
alguien puede responder: La ultima vez que viví algo nuevo en mi vida fue hace
un mes cuando alguien me partió el alma en mil pedazos, y nunca antes me había
pasado. Pensar en algo nuevo, no es
siempre algo bueno, lindo y placentero.
El otro día, mientras pensaba en la pregunta que este ser
(amado) había formulado, se me ocurría ponerme la meta de comprarme una
libretita y escribir todas las semanas algo nuevo que haya hecho. Tener ese
objetivo: hacer algo nuevo, por lo menos, una vez por semana. Mi objetivo no era
muy pretencioso, lo juro. Pensaba en probar alguna comida nueva, hablar con
alguien que antes nunca había querido hablar, mirar una película nueva, hacer
algo nuevo (con todo lo que eso implica), sentir algo nuevo (como si uno lo
decidiera). Y me arrepentí antes de ir a la librería a comprar el cuadernito
inocente. ¿Por qué me arrepentí? Se preguntará nadie a esta altura del texto.
Pero me arrepentí porque pensé que me iba a frustrar. Y a esta altura de la
vida hacer una cosa nueva por semana quizás sea mucho. Me encantaría decir lo
contrario, pero creo que es difícil.
Pero acá sigo pensando en aquella pregunta y con ganas de comprar el cuadernito de
las cosas nuevas. Quizás lo compre sin ponerme metas temporales. Sino tan sólo
anotar las cosas nuevas que luego de mis treinta y tres años haga de aquí en más. Sin duda
se me ocurren miles de cosas que quiero hacer nuevas. No se si los deseos y
sueños cuentan. Pero quizás a los deseos y sueños tenga que escribirlos en otra
libretita y luego ir comparando con la libretita de las cosas nuevas (Puff, frustrante, autoexigente, inutil).
Entre las cosas nuevas que quisiera hacer en mi presente/futuro cercano (soy muy realista y pegada a la tierra hoy) son:
Entre las cosas nuevas que quisiera hacer en mi presente/futuro cercano (soy muy realista y pegada a la tierra hoy) son:
-
viajar a un lugar desconocido
-
amar de una forma nueva
-
besar esa boca como si nunca antes la hubiera
besado
-
inventar un juego nuevo y jugarlo con mis
sobrinos
-
probar una textura nueva de comida
-
hablar de un tema que nunca hablé en mi vida
-
hacer algo espontaneo que nunca haya hecho
-
escribir en mi blog cuando esté feliz
-
decirle a mis hermanos que los quiero frente a
frente
-
correr un riesgo en el trabajo
-
pararme en un escenario a los treinta y tres
-
dejar de fumar en serio
-
escribir un libro
En fin, lo de plantar un árbol y
lo demás lo dejo para otra etapa de mi vida. No es ahora. Pero siento que la
pregunta es un buen punto de partida. Y ahí me quedo. Sólo con eso. Este es un
punto de partida hacia algo. Quizás sea bueno. Quizás sea malo. Quizás no sea ni
lo uno ni lo otro, y tan solo sea una pregunta que alguien se hizo porque sí. Pero hoy para mí, esta pregunta es un comienzo, es un punto de partida.
viernes, 1 de marzo de 2013
Maldito despertar
Ella se despierta como puede, con lo que le cuesta a las
seis de la mañana. El despertador fue el culpable de aquella interrupción
profunda y dañina. Está en una punta de la cama con lo cual no tiene que
estirarse mucho para apagar ese ruido maldito que le informa que otro día
empieza y hay que hacer muchas cosas para vivirlo. Se está preguntando que hace
en la punta de la cama, si ella bien sabe lo mucho que disfruta de estar
estirada en su cama o tirada arriba de otro ser. En el medio de la pregunta se
acuerda de anoche y del ser humano que yace inmóvil a su lado. Es su amante.
Pero no su amante porque ella o él tengan pareja, sino porque eso es lo que son: Amantes de a
ratos. Es una relación clandestina con ellos mismos. La mantienen oculta para
el resto y también para ellos mismos, supongo. Tienen prohibido enamorarse.
Prohibido decirse cosas amorosas. Prohibido sentir algo salvo cuando pasan esas
pocas horas juntos de noche, enroscados por un rato, amándose como pueden.
Mientras ella piensa todo esto que no quiere pensar, lo despierta. Despierta a
la morsa durmiente que ronca, bruxea y respira al lado suyo. Él, frío como
siempre por las mañanas. Es más amoroso despertarse con una amigo, con un
sobrino, con un “sex toy” (como si supiera que se siente), que despertarse al
lado de este hombre. Imagino despertándome con Rosario, la chica que limpia mi
casa de vez en cuando y supongo que se debe sentir lo mismo. “Rosario,
despertate”. Hasta quizás Rosario me pueda llegar a decir un “Buen día” de compromiso más amable
que este hombre. ¿Cómo se empieza un día así? Cuesta un huevo, un ovario y
todos los órganos juntos, pero ella lo intenta esas mañanas.
A pesar de todos estos pesares y frialdades ella reincide.
¿Porqué? Porque juega a estar sola, quizás. Porque juega a estar con alguien de
a ratos. Porque sabe que este hombre es solo un “mientras tanto”.
Pero es todo “bullshit” lo que escribo. Ella sabe bien
porque reincide. Porque como toda mujer o todo hombre que quiere a otro
ser de esta manera, espera aquel momento en que algo cambie y ese hombre al lado suyo se
despierte, la mire con una sonrisa y le diga “Hola, hola y hola”. Pero por
suerte quizás, por desgracia para los soñadores, esos momentos nunca llegan
cuando la relación ya ha tomado sus propios rumbos.
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