miércoles, 13 de marzo de 2013

Cambio de piel



Soy como una serpiente que cambia la piel. Víbora, me dirán mis enemigos a quienes no conozco. Desde que tengo uso de razón voy siendo varias Julianas. La vida me va llevando por algunos caminos, y otros soy yo la que los elije. Y entre caminando y viviendo voy cambiando de piel.
Al principio era una adolescente despreocupada y feliz. Sólo me importaba pasarla bien con mis amigas. Todavía no sabía lo que era la amistad entre el hombre y la mujer. Me la pasaba en esa piel de despedida de niña, donde todo eran risas y divertimento.
Después me alejé un poco de mis amigas de toda la vida. Conocí otra gente, otras cabezas sobre todo. Ahí me puse la piel de la chica profunda y dejada físicamente. Todo eran charlas profundas, autodescubrimiento, descubrimiento de los grandes dolores de los seres humanos. Ahí dejé de creer en el amor para toda la vida. Empecé a creer en otras cosas. En la amistad, en estar despierto, en la duda, en replantearme todos mis actos automáticos. Ahí la pasé mal y bien. Esa piel era mucho más fina, más sensible. Las charlas de esas épocas eran reveladoras. Los maestros son inolvidables. La filosofía de vida que aprendí en esa etapa me acompaña hasta el día de hoy. Hubo diversión con esa piel, pero no era cien por ciento relajada, porque yo todavía estaba buscando cuál era mi verdadera piel.

Pasaron esos años de teatro, noches bohemias, charlas sobre cómo cambiar el mundo, cómo cambiar todo lo que habían hecho con nosotros.

Luego llegué a la piel trasparente, vacía. Estaba cubierta de algo que nunca supe bien qué era. Era la previa de algo importante, pero en ese momento no lo sabía. En esa etapa cambié mucho. Mucho. Dejé un trabajo exitoso casi sin pensarlo. No me arrepiento, pero hoy, con otra piel, lo hubiera hecho de manera distinta. Sufrí, me sentí sola en mi salto al vacío. A los golpes tuve que protegerme, cambiar. Mi piel se puso más agradable para algunos. Me amigué con quien era yo por fuera y salí a la vida a mostrarme frívolamente. Me sirvió creo que tres días. Después empecé a sentir que yo no era esa. Nunca me sentí tan afuera de mi misma como en esa etapa. Era una pantomima de Juliana. Una juliana que me salía muy bien pero que yo sabía que no quería ser. Era la empresaria, la ambiciosa de crecimiento, la que buscaba profesores empresariales más que amor.

Esa piel me duró poco, por suerte; aunque hoy no sería quien soy si no hubiera pasado por ese lugar. En ese momento me volví más terrenal, más concreta, desarrollé por primera vez mi sentido común al cien por ciento. Causa-efecto. Causa-efecto. Causa-efecto. Abandoné mi profundidad a cambio de la tierra concreta. Y un día esa tierra se convirtió en barro. Me miré al espejo y me vi preciosa, pero llena de barro, sucia y, sobre todo, con una piel que no me pertenecía. Me la arranqué como pude.

A mis anteriores  pieles las había cambiado progresiva y naturalmente, casi sin pensarlo ni decidirlo y evolucionando de a poco. Esta piel de la que hablo tuve que arrancármela dejando sangrantes varias partes de mi ser. Quedé en carne viva por unos meses, sin poder salir a la calle por miedo a todo y a todos. Ahí, como pude, me puse una piel protectora, dura, seca y a prueba de dolores. Hoy sigo sin poder sacarme del todo esa cáscara que armé.

Hace un año quedé por primera vez desnuda ante la vida. Maravilloso, pensaría yo si hablara otro. Desnuda ante el mundo con una mierda ante mis ojos del tamaño de todo el universo (así lo sentí en ese momento).

Lo irreversible, la enfermedad, la inocencia interrumpida, el dolor físico ajeno, la impotencia, la soledad. Desnuda y lúcida, viví esa etapa como pude. Aprendiendo de los otros, cambiando mis prioridades, despreocupándome por todas las miles de cosas que habían gastado horas de mi vida en vano. Aprendiendo a vivir con algo nuevo. Esa etapa pasó, o me acostumbré a ella. Siempre leía una frase sin sentirla: “uno se acostumbra a las cosas más terribles de la vida”. Nunca la entendí hasta ese momento. Uno se acostumbra. Uno aprende a vivir una vida nueva. Uno empieza de nuevo, con toda la experiencia a cuestas, y con esa “cosita” nueva en su vida.

Y ahí seguí, viviendo desnuda, hasta que pude. Me tuve que armar de nuevo. Inventarme una piel. O ponerme la mía personal que tenía guardada en el placard desde vaya a saber cuándo. Pero un día la encontré, y por primera vez en mi vida, me comencé a rearmar, una vez más pero esta vez pensando poco y nada en los otros. Yo era ésta y ésta era mi piel. Eso generó -y sigue generando- problemas con los otros. Los seres queridos y los no tanto.

Ser un poco espontanea, un poco controlada, un poco sana, un poco insana, un poco comunicadora, otro poco introspectiva, un poco linda y un poco fea, un poco segura y un poco insegura; eso no le gusta a nadie. La gente, los otros que nos rodean, quieren casi siempre cosas más simples, más lineales y normales, más decodificables fácilmente. Pero esa no soy yo, esa no es mi piel. Algunos, poquitos en este mundo, lo saben, me aceptan y me quieren así. Algunos otros me están conociendo y se asustan. Yo también me asusto de las oscuridades y paradojas de los otros. Pero ahí andamos. Cada uno con su piel, impuesta, puesta, cambiada, evolucionada o no. Pero todos estamos en este mismo juego, el juego de vivir.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hermosa desnudez este texto. piel que nos conecta con el exterior y es símbolo de sensibilidad. quizá no cambiemos de piel sino quitamos capas protectoras para lograr que entren y salgan sentimientos.

Esperanza Van Nooit dijo...

Susana Thénon
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-5409-2009-12-26.html

AMOR

Ahora conoces lo que silba la sangre
de noche
como la oscura serpiente extraviada.

SER

Morder tu significado
en esta escala de magnitudes
inalterables.
Ser, al extremo
de tu meridiano,
un punto,
un breve signo
peregrino por tus aledaños.
Desvanecer tu límite,
ahondar en tu sonora latitud,
reconocer uno por uno tus puertos
y nombrarlos por sus nombres.

CANTO NUPCIAL (título provisorio)

Me he casado
me he casado conmigo
me he dado el sí
un sí que tardó años en llegar
años de sufrimientos indecibles
de llorar con la lluvia
de encerrarme en la pieza
porque yo -el gran amor de mi existencia-
no me llamaba
no me escribía
no me visitaba
y a veces
cuando juntaba yo el coraje de llamarme
para decirme: hola ¿estoy bien?
yo me hacía negar

llegué incluso a escribirme en una lista de clavos
a los que no quería conectarme
porque daban la lata
porque me perseguían
porque me acorralaban
porque me reventaban

al final ni disimulaba yo
cuando yo me requería

me daba a entender
finamente
que me tenía podrida

y una vez dejé de llamarme
y dejé de llamarme
y pasó tanto tiempo que me extrañé
entonces dije
¿cuánto hace que no me llamo?
añares
debe de hacer añares
y me llamé y atendí yo y no podía creerlo
porque aunque parezca mentira
no había cicatrizado
solo me había ido en sangre
entonces me dije: hola ¿soy yo?
soy yo, my dife, y añadí:
hae muchísimo que no sabemos nada
yo de mí ni mí de yo
¿quiero venir a casa?

sí, dije yo

y volvimos a encontrarnos
con paz

yo me sentía bien junto conmigo
igual que yo
que me sentía bien junto conmigo
y así
de un día para el otro
me casé y me casé
y estoy junto
y ni la muerte puede separarme