La
gigante sensación de hastío se hizo carne en mi. Todo lo que me rodeaba se
volvió chiquito, diminuto. Mi cuerpo empezó a ocupar más espacio. El miedo creció
también. Di un paso cauteloso para comprobar que la tierra, ahora pequeña,
soportara el peso de mi enorme cuerpo. Comprobé que todo temblaba cuando yo
avanzaba. Pude mantener el equilibro gracias a unas grandes montañas nevadas que llegaban hasta mis rodillas. Me sostuve de
ellas para no caer. Pisé un charco mientras avanzaba y supuse sería algún
océano. Los arboles, las vegetaciones de las selvas me generaban cosquillas en
los pies generando muecas en mi boca que fueron convirtiéndose en risas y hasta
carcajadas. En ese momento recordé lo que era sentirse feliz. Recordé las veces
que me había reído a carcajadas, las veces en que el mundo se había desvanecido
mientras disfrutaba ese momento de alegría. Pero en seguida unas cataratas me
salpicaron los dedos de los pies y me trajeron de vuelta a esta realidad. Mi
cara volvió a reflejar lo inmenso que me estaba pasando y sintiendo. Todo era
más pesado ahora. Cada paso me requería una energía inusitada. Hacía fuerza
para seguir, para avanzar vaya saber hacia donde, pero lo hacía. Fue entonces
cuando lo vi todo claramente. Vi muy lejos ese tren que me cambió la vida para
siempre. Me acerqué como pude. Vi el reflejo de su cara en el vidrio, como lo
había visto aquel día. Se me llenaron los inmensos ojos de lagrimas, nuevamente.
El me miró igual, con esa misma expresión de amor y compasión, igual al día que
nos despedimos en la estación. Yo lo miré con más dolor aun, y sabiendo ahora
lo que sufriría luego de esa despedida. Escuché bajito y a lo lejos el sonido
de la locomotora como quien escucha la orden para que empiece su propio
fusilamiento. El apoyó su mano en la ventana, dijo algo con sus labios que no logré
descifrar. Como aquel día el tren volvió a arrancar lentamente. Yo me quedé
inmóvil, mirando como la distancia entre ese hombre y yo crecía a cada segundo
que el tren avanzaba. Así estuve durante algunos minutos hasta que no lo vi más.
Igual que la vez anterior, él se fue dejándome estas ganas enormes de que no desaparezca. Se fue sin decir bien porqué ni sí volvería.
Se fue dejándome este inmenso mundo para mi sola.
domingo, 24 de agosto de 2014
miércoles, 20 de agosto de 2014
La venganza
Las
risas falsas dibujadas en sus máscaras generaban un ambiente aun más macabro.
Estaban ahí los tres hombres parados frente a mí, con sus trajes impecables,
sus manos ocultas en los bolsillos aun con olor a pólvora. Sus posturas
relajadas no dejaban imaginar lo que allí acababa de suceder. Había habido una
matanza. Más de diez personas habían sido asesinadas a sangre fría y yo había
sido testigo de todo, sin quererlo, sin haber tenido otra alternativa. Ojalá
pudiera borrar de mi mente todo lo que había visto hacía a penas unos segundos.
Ellos parados frente a mi, inmóviles quizás deseaban lo mismo. Imaginé sus
caras detrás de esas fachadas de plástico, impávidas, con ansias de terminar
con lo que habían venido a hacer. Yo temblaba por dentro, pero me mostraba casi
tan seguro como ellos. Pude ver sus seis ojos mirándome por los pequeños
agujeros de sus máscaras. Ojos inquisidores, llenos de venganza y de odio.
Habían esperado dos años para este momento. Habían planeado todo con lujo de
detalles. Nada se les había escapado de las manos, salvó mi presencia en ese
lugar que no estaba programada. Yo solo había ido a llevar unas encomiendas,
como hago todos los días con miles de oficinas de esta ciudad. Pero estaba
enterado de la contienda. Es por eso que no me sorprendí cuando los vi
atravesar la puerta.
Nadie
pudo hacer nada. Uno a uno fueron cayendo luego de ser atravesados por sus
plomos. Yo era el último que quedaba. Había logrado escabullirme entre el mar
de balas.
“Todo
esto por una sola mujer”, pensé mientras se preparaban para terminar conmigo.
Todo esto por el amor y la vida de una mujer. Tantas muertes, tantos años de
odio, de miedo, de sed de venganza. ¿Cómo es posible que el amor y el odio
estén tan pegados, tan cerca, tan entrelazados? ¿Cómo es posible que un amor
haya generado esta matanza, esta venganza?
Fue mientras pensaba eso que un ruido me ensordeció. Sentí el frio
penetrar en mi abdomen. Sentí mis manos humedecerse y logré ver sus rostros
satisfechos, como si las máscaras pudieran adaptarse a lo que los hombres
detrás de ellas estaban sintiendo.
Caí
al piso y dejé de respirar para siempre.
jueves, 7 de agosto de 2014
El agujerito
Todas
las mañanas veía lo mismo desde su pequeña casa. Espiaba por ese agujero que
había quedado al sellar las maderas. Desde ahí podía ver un pedacito del suelo.
Su casa estaba a un metro del suelo aproximadamente. Era el único agujero que
había descubierto. Su único puente con el afuera.
El
verano se estaba yendo y comenzaban los primeros días frescos. Ella no se
preocupaba porque su padre le traía el abrigo y la comida necesaria todos los
días cuando oscurecía . Abría una pequeña purtecita que había al costado de su
casa de maderas y por ahí introducía la bandeja con lo que hiciera falta para
ese día y se llevaba aquello que era para desechar. No cruzaban palabras. Ella
no recordaba haberlo hecho jamás.
Dedicaba
sus días a mirar por ese agujero y ver que era lo que allí sucedía. No era
mucho la verdad, pero podía espiar como crecía el pasto y cambiaba de color,
podía ver algún animal caminando por ahí, o ver al viento jugando con alguna
hoja. Se maravillaba cuando por la mañana las gotas de rocío se deslizaban por
el pasto. Amaba ver la tierra húmeda por las mañanas largando ese olor que
anunciaba que un nuevo día había comenzado. A veces pasaba algún pajarito por
ahí que cantaba y ella sonreía como si entendiera algún mensaje encriptado en
ese canto.
Y
así pasaban los días, los meses, los años. Casi desde el día que había nacido
ocho años atrás, su realidad era esa. Esa casa oscura de madera elevada del
suelo, su leve contacto con su padre una vez por día y ese agujero que la
conectaba con el afuera.
Fue
un día en pleno otoño cuando cambió todo. Ya había anochecido y ella esperaba a
que llegara su padre con la comida. Sintió abrirse la puerta de la casa grande,
donde él dormía que estaba a unos 20 metros. Escuchó que se acercaba como todos
los días. No sabía bien porqué pero ella estaba más animada que otras veces. Quizás
había sido el camino de hormigas que había observado contenta toda la mañana desde su pequeño
cuadro de visión. Quizás eran las ansias por recibir más mantas ya que el frio
en su pequeño cubículo se había hecho más intenso y continuo.
La
cuestión es que su padre abrió la pequeña puerta, dejó unas nuevas mantas en un
costado apoyó la bandeja sin emitir sonido y en ese instante comenzó a temblar
de una forma inusual. Su mano derecha tiró
el vaso con agua que estaba sobre la bandeja que acababa de apoyar. Ella se
quedó quieta mirando todo y atenta a lo que estaba sucediendo. El padre trató de agarrarse de la puerta, intentando
cerrarla pero no logró a hacerlo, se desvaneció en el piso dejando la puerta
abierta, por primera vez desde que ella tenía uso de razón.
Era
de noche, estaba todo oscuro. Ella se quedó inmóvil. Sin emitir sonido. Se quedó así un par de horas, quieta, en la
esquina de la casita. De a poco se fue acercando a la bandeja que había quedado
en el limite de la puerta. El agua se había derramado pero quedaban los budines
de carne y el pan. Se comió los budines, saboreando cada bocado. Cortó con las
manos el pan y también lo comió. Terminó
todo. Dejó la bandeja en la puerta como siempre y se tapó con las frazadas.
Durmió toda la noche, como siempre.
A
la mañana siguiente se despertó un poco más temprano que lo habitual. Entraba mucha
luz por la puerta que había quedado abierta toda la noche. Se despabiló un poco
y se dispuso a hacer lo que había hecho durante todos estos años. Se asomó por
agujerito y ahí lo vio. Su padre tirado en el piso, con los ojos abiertos y una
mano en el pecho. Estaba semicubierto por las hojas de los arboles que habían
caído por la noche. El otoño estaba en su punto máximo, cubriendo de hojas cada
centímetro del suelo. Amarillas, rojas, cobrizos, naranjas. Ella empezó a
sentir lagrimas en los ojos, no entendía bien que era lo que le estaba
sucediendo. Pero sintió que lo que estaba viendo por aquel agujerito era sin
duda lo más hermoso que había visto en su vida.
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