miércoles, 20 de agosto de 2014

La venganza



Las risas falsas dibujadas en sus máscaras generaban un ambiente aun más macabro. Estaban ahí los tres hombres parados frente a mí, con sus trajes impecables, sus manos ocultas en los bolsillos aun con olor a pólvora. Sus posturas relajadas no dejaban imaginar lo que allí acababa de suceder. Había habido una matanza. Más de diez personas habían sido asesinadas a sangre fría y yo había sido testigo de todo, sin quererlo, sin haber tenido otra alternativa. Ojalá pudiera borrar de mi mente todo lo que había visto hacía a penas unos segundos. Ellos parados frente a mi, inmóviles quizás deseaban lo mismo. Imaginé sus caras detrás de esas fachadas de plástico, impávidas, con ansias de terminar con lo que habían venido a hacer. Yo temblaba por dentro, pero me mostraba casi tan seguro como ellos. Pude ver sus seis ojos mirándome por los pequeños agujeros de sus máscaras. Ojos inquisidores, llenos de venganza y de odio. Habían esperado dos años para este momento. Habían planeado todo con lujo de detalles. Nada se les había escapado de las manos, salvó mi presencia en ese lugar que no estaba programada. Yo solo había ido a llevar unas encomiendas, como hago todos los días con miles de oficinas de esta ciudad. Pero estaba enterado de la contienda. Es por eso que no me sorprendí cuando los vi atravesar la puerta.
Nadie pudo hacer nada. Uno a uno fueron cayendo luego de ser atravesados por sus plomos. Yo era el último que quedaba. Había logrado escabullirme entre el mar de balas.
“Todo esto por una sola mujer”, pensé mientras se preparaban para terminar conmigo. Todo esto por el amor y la vida de una mujer. Tantas muertes, tantos años de odio, de miedo, de sed de venganza. ¿Cómo es posible que el amor y el odio estén tan pegados, tan cerca, tan entrelazados? ¿Cómo es posible que un amor haya generado esta matanza, esta venganza?  Fue mientras pensaba eso que un ruido me ensordeció. Sentí el frio penetrar en mi abdomen. Sentí mis manos humedecerse y logré ver sus rostros satisfechos, como si las máscaras pudieran adaptarse a lo que los hombres detrás de ellas estaban sintiendo.
Caí al piso y dejé de respirar para siempre.

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