
Uno siempre tiene sueños, proyectos, deseos. "Sueño con poner un parador en la playa". "Sueño con vivir en medio de la montaña cosechando lo que yo mismo siembro". "Sueño con viajar por el mundo durante un año". "Sueño con tomarme un año sabático". "Sueño con renunciar y montar mi propia empresa". "Sueño con dejar todo y empezar de cero". Esos son algunos de los ejemplos que he escuchado entre mis pares e impares infinidad de veces. "El sueño del pibe", le llaman. Pero ¿qué pasa si ese día cada vez está más cerca? ¿Qué sucede si un día uno toma las riendas de su vida, se arriesga y prueba? ¿Qué pasa si uno se enfrenta con los miedos, con las incertidumbres, con lo socialmente aceptado y deja todo por un sueño? Siento por estos días que cada vez estoy más cerca de hacerlo. ¿Miedos? Miles tengo, pero hace tiempo que necesito cambiar algunas cosas, crecer en otras, moverme, soñar, y hacer que ese sueño viva y deje ser sólo parte de mi imaginación y se convierta en una realidad a la cual puedo tocar, ver y sentir. Así como el año pasado tenía muy clara mi meta y lo pude llevar a cabo, este año (desde marzo) tengo otra meta y pienso intentar cumplirla. Miles de incertidumbres, de preguntas me rodean cada vez que pienso en esto y lo siento, pero las ganas siguen siendo mucho más fuertes. Uno de estos días cercanos me darán de elegir nuevamente entre la pastilla roja y la azul, y yo casi sin dudar, pensaré en mis deseos, y elegiré una vez más la maldita (pero sobre todo bendita) pastilla roja.