lunes, 9 de julio de 2012

Los amantes y el tiempo


Estaba recostado en la silla. En la mano derecha tenía una copa de vino verde, de rasgos medievales, con detalles en los costados. Ella estaba cruzada de piernas y fumaba un cigarrillo con cierta impavidez. Hacía exactamente cinco minutos que ni él ni la Mujer que Hablaba del Amor pronunciaban palabra. Bebían y se miraban mientras pensaban en silencio sobre lo que ella, momentos antes, había dicho.
El beso de los amantes nuevos es un beso para huir de la muerte. Es una advertencia de que el tiempo, cuando se vive un amor intenso, es un bien escaso. Siempre estamos retrasados. Es un tren que está siempre a punto de salir.
De golpe ella suspiró, como quien recuerda algún beso lejano pero no olvidado. La mujer que Hablaba del amor miró el techo y pestañeó varias veces para que las lágrimas que intentaban salir de sus ojos se detuvieran y, sobre todo, para que aquel hombre sentado frente a ella no las notara.
Miró su reloj, sonrió y se fue. Nunca antes se había ido.

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