Estoy en la habitación del hotel, luego de haber corrido una pequeña carrera por Manhattan a la mañana con todos los corredores extranjeros. Estoy en la cama, descansando las piernas luego de haber caminando largas horas por el Central Park. Estoy a punto de irme a dormir luego de haber ido a un Pasta Party con los 49.999 otros corredores de la maratón. Podría escribir mucho, pero son las 20:37 y tengo que irme a descansar ya. Mañana a las 5 de la mañana tengo que estar tomándome un micro que me llevará a Staten Island, lugar de donde sale la Maratón de Nueva York. ¿Estoy nerviosa? Sí, y mucho. No se si pueda dormir hoy. Tengo al costado de la cama toda la ropa preparada para mañana, todo mi equipo (que incluye la remera con mi nombre y mi país) para ponérmela mañana y recorrer a pie las cinco islas que conforman Nueva York. Quizás esta sea la ultima vez que haga algo como esto, no lo se, y realmente no lo creo porque estoy muy excitada, muy feliz, con muchas ganas de probar mi entrenamiento. Estoy también con muchas ansias de enfrentarme con el famoso muro al cual se enfrentan los maratonistas en el kilómetro treinta y pico. Quiero vivir esto que estuve programando, pensando y peleando durante muchos meses.
Me voy a dormir, con una botella de agua al lado de la cama para hidratarme mucho mucho mucho. Intentaré soñar con lo colorido del Central Park, con un mundo mejor, con los pajaritos de colores, y con los angelitos que todo el mundo desea que sueñe. Pero me temo que hoy me tocará soñar con los últimos cien metros de la carrera de mañana. Soñaré con ese momento en que todo me parezca chiquito al lado de eso que estoy experimentando, cuando no sienta mi cuerpo pero si el resto de mi ser, cuando abrace a mi papá que va a estar corriendo al lado mío, y porque no cuando me tome un rico vino y me fume un argentino cigarrillo caminando y festejando por las calles de Nueva York.
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