lunes, 29 de septiembre de 2008

Colores colombianos


Ya es mi segundo día en esta ciudad y ya empiezo a sentirme feliz. Por la mañana trabajé, ergo hablé de todos los prototipos de hombres que existen y nos atraen a nosotras, las mujeres latinoamericanas. Me di cuenta que existen hombres conflictuados en todos lados, y que las mujeres están (o estamos) tan bifurcadas en Colombia como en Buenos Aires. Como empezamos muy temprano, ya a las 11 de la mañana habíamos finalizado las entrevistas. Mi desconocido anfitrión local y ahora compañero de trabajo se tomó un descanso de mí y se fue. Me quedé por primera vez sola en la ciudad. Agarré mi cámara de fotos, mis cigarrillos, un mapa, un manojo de billetes pequeños colombianos y salí. Llovía y hacía frío y yo casi no tenía abrigo. Caminé sin saber muy bien a donde iba. La gente me miraba, supongo que aunque intentaba no llamar la atención, seguía pareciendo ajena a ellos.. No me gusta sentirme turista pero supongo que mis ojos sorprendidos y que todo lo miraban daban cuenta que yo no era de allí. Me fui a comer a la Zona Rosa, lugar arbolado, con calles peatonales y restaurantes mononos. Me senté, me pedí una cerveza y observé el mediodía colombiano. Al rato me fui a caminar pero cada dos por tres pasos me sentaba en algún banco a mirar la gente pasar y a mirar lo que en la ciudad propia uno se pierde por la cotidianidad. Me sorprendí al darme cuenta que la gente en Bogotá no pide prestado nada, sino que pide regalado. Me pidieron que les regale un minuto, que les regale cambio y finalmente que les regale candela. Caminé y caminé. Ya por la tarde había salido el sol y hacía calor (por suerte no tenía abrigo que cargar). En el camino me encontré con un artesano y le compré un collar colorido. Me hizo sonreír con sus palabras y me dijo que nunca había visto una sonrisa tan suave (claro, quería venderme más collares). Sin embargo seguí sonriendo y descubrí que el también tenía una sonrisa digna y me percaté que los colombianos tienen una sonrisa y una dentadura que ha sido creada para gesticular sonrisas. 
Seguí con mi camino de regreso. Por momentos caminando más despacio porque el aire a veces no abunda en las alturas. Me tomé un jugo en la calle de algunas frutas poco conocidas y regresé al hotel exhausta. Me tiré en la cama a descansar y a escribir algunas de las miles de palabras que se me cruzaron el día de hoy. Mientras mis piernas descansaban sentí como la felicidad crecía.  

2 comentarios:

Chara dijo...

atrapar las geografías en palabras, rodear con nuestros pasos, fijarlas con la cámara, rgan tarea que te impones como viajera

beso

Anónimo dijo...

sos extrañable... te dan ganas de compartir contigo.