lunes, 4 de agosto de 2008

Silencio Hospital


Luego de un día entero de ayuno y de limpiar mi alma de todo ser extraño, finalmente fui al hospital. Odio los hospitales. Me cuesta ver a la gente enferma, me da tristeza, me impresiona el estado de debilidad y vulnerabilidad que es estar en una camilla trasportada por seres extraños. Me tocó a mi esta vez. Un examen casi de rutina, o no. Miedos, vacío estomacal, duda por lo que pasaría y sobre todo el terror a la anestesia total. Es raro sentir que te inyectan y te dicen que te vas a dormir y luego despertarte en otro lugar, también extraño. Drogada, así me sentía luego del examen. Lo primero que se me vino a la mente cuando me desperté fue "quiero una copa de vino rosado" (borracha yo, si las hay). Luego me agarró una sensación de tristeza, quizás por lo que había perdido el día anterior, o por la falta de control que había tenido por 30 minutos. Nunca voy a saber que es lo que pasó en es habitación durante esos minutos. Tampoco me preocupa tanto, pero si sentí la sensación de que me habían dormido y yo ya no decidía que hacer, que decir, que pensar. Al cabo de un rato, me vestí, vino el medido y lo más importante trajo el diagnostico: estoy sana. Alivio y tranquilidad me invadieron con sus palabras. Salí del hospital flotando, drogada y rara. Un día más que merece ser vivido.

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