Había una vez una joven (no tan joven) mujercita. Ella era chiquita pero de una u otra manera se hacía notar. La gente que la rodeaba la llamaba por su sobre nombre. Nadie sabía cual era su nombre verdadero y ella mantenía el misterio. Un día la mujercita se sintió sola y triste, pero sin embargo salió a vivir ese día. El sol la ayudaba a olvidarse de sus dolores y desamores, pero cada nube que pasaba no hacía más que recordarle las lágrimas contenidas en sus ojos. Durante todo el día sonrió, y comió cosas ricas. Abrazó a gente, pero no muy profundamente porque temía que algún abrazo soltara al llanto. Vivió un día más. Pero la mujercita en algún momento debía volver a su casa y enfrentarse nuevamente con su sentimiento escondido. Así que tomó coraje y regresó. Estaba anocheciendo. Tomó las llaves coloridas de su casa, como quién se resigna a abrir una puerta sabiendo que nada bueno espera del otro lado. La mujercita entró, apoyó sus cosas sobre la alfombra y se sentó a reencontrarse con la angustia. Esperó y esperó pero el sentimiento no florecía. Se distrajo con algunas cuestiones. Se tiró en la cama y miró por su ventana. Ya no estaba sola. La inmensa soledad de la luna la estaba acompañando.
2 comentarios:
ah, la luna!! y para cuando la historia de los hombrecitos??
saludos
la luna, eterna guerrera, que vuelve siempre, a enfrentarse con su enemigo el sol.
todo para que podamos ver a sus amigas las estrellas.
Publicar un comentario